“Pierde lo antes posible tus primeras 100 partidas”
Cuando comenzamos a jugar, el de arriba es uno de los primeros proverbios que aprendemos. Y con el orgullo algo herido, luego de pasar por esa experiencia, logramos comprender lo profundo de esa máxima y todo lo que significó para el desarrollo de nuestras capacidades. Jugar es la máxima, jugar y volver a jugar siempre que podamos, en ello reside la clave de la fuerza de un jugador de go.
Sin embargo, en los países occidentales, nos somos muchos los jugadores, y por lo mismo resulta difícil conseguir con quien jugar de manera regular. Los que tenemos la suerte de contar con clubes que funcionen regularmente, podemos disfrutar de la experiencia única que implica desear un buen juego, tomar una piedra entre los dedos y ponerla sobre el tablero. El problema surge si quieres jugar en días distintos a los que el club abre, o si no tienes un club en tu ciudad o cerca de tu casa o, lo más común, no tienes un jugador del mismo nivel con quien comparar progresos.
“Solo después del décimo golpe podrás ver el puño... y recién después del vigésimo podrás pararlo”
El Go es un juego, es cierto. Pero también es un deporte. Y un arte. Como toda disciplina requiere un entrenamiento constante para dominarla. Muchos se entusiasman con horas y horas de estudio, pero si no se ponen en práctica todas esas horas de lectura y tsumegos, estos no podrán asimilarse como un conocimiento tangible y de uso real.
La única forma de hacerlo es a través del juego, una partida tras otra, utilizar lo aprendido, cometer errores, analizarlos y luego corregirlos o volver a fallar hasta que suceda como esperabas. A través de ese camino es como se entiende lo maravilloso que es este juego, y este se vuelve, asimismo, parte de tu vida.